Nadie elige la familia en la que nace pero si los amigos que tenemos. Por eso se dice que los amigos son la familia elegida, esa que nos acompaña a lo largo de la vida y que muchas veces forja vínculos más fuertes que lo de la propia “sangre. A diferencia de las familias, en una amistad uno da sin esperar recibir de la misma manera en la que dimos, aunque sí esperamos y de alguna manera sabemos que en caso de necesitarlo nuestro amigo estará con nosotros.
Esto es muy claro cuando un amigo acompaña a otro en una enfermedad terminal, donde ambos se ven beneficiados, pero el enfermo no tendrá la oportunidad de “pagar” el favor de la misma forma, aunque lo más probable es que le comparta experiencias de vida invaluables durante la enfermedad.
Consolidar una amistad requiere cultivarla cuidadosamente: intercambiar afecto, simpatía, confianza y discreción, tener un interés genuino por el otro que se prolongue en el tiempo. Es por esto que las sólidas amistades no se logran de la noche a la mañana. Además del disfrute del intercambio mismo o hacer algo por un amigo, no es el valor de lo que se hace lo que cuenta o el trabajo que cuesta hacerlo, sino el sentimiento de bienestar que produce apoyar y acompañar.
Fuente: Tere Díaz