No todas las personas somos igual de sociables, pero en mayor o menor grado a casi todos nos gusta tener éxito en nuestros intercambios con otras personas. Para lograr relaciones interpersonales satisfactorias –ya sea para una convivencia trivial en la cola del cine, para una jornada de trabajo o para construir una vida en pareja– existen actitudes que facilitan los encuentros, la interacción y por eso las hemos de desarrollar.
¡Salte de ahí!
“La crónica de un fracaso anunciado”
Lo que no se debe hacer:
1. VICTIMIZARTE
Si te victimizas para que te comprendan y consideren, te funcionará un tiempo breve. Esta actitud se agota rápido como estrategia para llamar la atención.
Alguien que se muestra como víctima de sus circunstancias, da lástima, pero resulta poco interesante y atractivo.
La mayoría de las personas gustamos de estar con gente positiva y alegre, y esto no significa negar los problemas sino mostrarnos con una actitud de aceptación y responsabilidad ante la propia vida.
No podemos dedicarnos a culpar a nuestros padres, a la economía, y al destino de lo que nos acontece.
Si bien existen circunstancias que nos condicionan a ser o actuar de determinada forma, siempre queda un espacio de acción que nos permite no solo activar el cambio sino también adoptar una actitud de resiliencia y resolución.
Trabajemos con las variables que están a nuestro alcance para transformar lo que no nos gusta de nosotros y nuestra vida y hagámonos cargo de nuestra forma de pensar, sentir y actuar.
2. OFENDERTE DE TODO
Ya sea porque tienes una sensibilidad aguda, un ego inmenso o una necesidad extrema de ser tomado en cuenta, el esperar siempre que te halaguen, inviten, acepten y festejen, te mantendrá en una permanente sensación de que lo que recibes de los demás no es suficiente.
En la base de esta conducta está el sentirnos “especiales” y merecedores de todo, o por el contrario una infravaloración personal que nos hace hipersensibles a ciertas indiferencias o desaires.
El sentirnos heridos con facilidad implica que recibimos todo de manera personal, pero ni somos el centro del universo, ni podemos hacer responsables a los demás de nuestras reacciones exageradas ante eventos que son parte de la vida misma.
3. IR DE VERDADAZO EN VERDADAZO
La sinceridad es un valor siempre y cuando lo que digamos esté dirigido a la persona correcta, en el momento preciso y de manera adecuada.
No podemos andar por la vida dando opiniones sin que nos las soliciten.
Las personas que “no tienen filtro” y alardean de ser muy directas, no solo pueden lastimar a quienes están cerca de ellas sino generar el rechazo de las personas con quienes conviven.
Tenemos derecho a pensar y sentir una variedad de cosas, pero no podemos “escupirlas” para desahogarnos o para sincerarnos.
Hemos de ser sinceros pero sensatos.
4. PENSAR QUE CELAR AL OTRO ES VALORARLO
Quien quiere al otro para sí –sea su familiar, enamorado, colega o amigo– creyendo que así construye una “relación especial” única y total que puede excluir a los otros, termina generando intercambios obsesivos, controladores, asfixiantes y destructivos.
La obsesión celosa que piensa que la otra persona todo lo puede tener conmigo y nada necesita más allá de mí, manifiesta un temor exacerbado al abandono y a la posibilidad de ser comparado e infravalorado.
Solo es desde el despliegue de nuestras fortalezas, competencias y virtudes que podemos hacer que quienes nos interesan se interesen también por nosotros.
El poseer al otro es hacer de ese otro un objeto de nuestra pertenencia y no un sujeto de intercambio igualitario.
5. DEMANDAR HALAGOS CONSTANTES
Cuando necesitamos desesperadamente la validación de los demás es porque nosotros no nos reconocemos como valiosos y competentes.
No es responsabilidad de nadie llenarnos de cumplidos, piropos y halagos para alimentar nuestra autoestima y sostener nuestro ego.
El amor propio sano, la aceptación de uno mismo, y el cuidado a nuestras necesidades no significa ser ni egoísta, ni vanidoso, sino desarrollar la posibilidad de valorarnos positivamente.
Esto evitará requerir de manera frenética el reconocimiento ajeno, y es que la adicción al halago es una demanda que termina por ahuyentar a nuestras amistades.
6. HABLAR MAL DE LA GENTE
No hay duda de que todos tenemos un juicio sobre el comportamiento de las demás personas, pero dedicarte a criticar a otras personas con las que convives durante tu convivencia con alguna de ellas puede crear la suspicacia de que a sus espaldas también “despotricarás” de ella.
Uno puede generar molestias y opiniones en la relación con los demás, pero hemos de saber cómo, cuándo y con quién ventilarlas.
El necesitar reafirmarse o hacerse notar hablando mal de los demás solo da cuenta de una dificultad para poner límites a los otros de modo que no actúen en detrimento de nosotros mismos o bien de una incapacidad de vivir la vida que queremos y por tanto dedicarnos a juzgar la vida de los demás.
7. REPELER LA SANA RETROALIMENTACIÓN
La mirada de los demás a veces puede ser reconfortante en su natural aprecio por nosotros pero también puede ser confrontante en tanto que nos devela áreas de oportunidad que hemos de trabajar.
No somos perfectos, y contar con gente que de manera oportuna y constructiva nos hace notar errores que podemos trabajar.
Obviamente no es grato que nos señalen nuestras limitaciones, pero quien al tiempo que aprecia nuestras virtudes puede también dejarnos ver nuestros defectos, es alguien que se interesa por nosotros de manera integral.
Un buen amigo nos permitirá tener una visión más precisa de quienes somos, de ahí la importancia de desarrollar la apertura interna y la fortaleza emocional para abrirnos a la retroalimentación de quien nos conoce y aprecia.